El Mar De Las Tinieblas

La música llenaba cada rincón del salón, donde cientos de personas bailaban, charlaban y bebían con total alegría. Yo formaba parte del montón que platicaba, con un vaso en la mano; es la única manera en que me disponga a ingerir un poco de alcohol.
Durante aquella aburrida conversación, luchaba por contener los bostezos, y sólo me limitaba a decir “sí”, “tienes razón”, y otras palabras tontas de ese estilo. Por lo general, me encierro en el tipo de persona que prefiere escuchar a hablar.
En cuanto nos hicimos una fotografía grupal, las luces titilaron por un breve segundo. Fueron pocas las personas que se dispusieron a darle algo de importancia. Por un instante, pensé que en cualquier momento el servicio eléctrico podría irse por quien sabe cuánto tiempo, pero el anfitrión de la fiesta nos aseguró que no había de que preocuparse.
—Tenemos planta eléctrica —anunció con gran fanfarronería.
Aun así, aquellas palabras no me tranquilizaron en lo absoluto, y el frío que comenzaba a acariciarme la piel aumentaba mi ansiedad.
—¿Te sientes bien? —me preguntó un amigo—. Pareces algo preo…
—Sí —dije con algo de fastidio, sin siquiera mirarlo a la cara. Hace rato que quería irme a mi casa. Las fiestas no son lo mío, y la verdad es que disfruto estar solo la mayor parte del tiempo… Si tuviera que ponerle un porcentaje, diría un ochenta por ciento—, solamente tengo algo de frío —concluí antes de alejarme de él.
Con la mirada, localicé a mis padres, y los vi hablar tranquilamente con una desconocida pareja de su misma edad, aparentemente. Les hice una señal para irnos, pero mi madre negó con un leve movimiento de cabeza, acompañado por una mala cara.
Mi mejor amiga, con quien comparto desde que cursábamos el segundo grado, se acercó a mí para persuadirme de bailar con ella. No tenía ánimos para ello, así que me excusé asegurándole que me sentía un poco mal. Tras darme un beso en la mejilla, se alejó dando saltitos y saludando a un grupo de personas al otro lado de la sala.
De pronto, una voz susurró muy cerca de mi oído:
—Ya es hora.
La oscuridad surgió desde el rincón de las bebidas, y se extendió por todo el recinto. No podía ver absolutamente nada. Adonde quiera que volteara, el negro lo invadía todo.
Con el miedo apretando mi corazón, corrí en una dirección cualquiera, con la esperanza de encontrar la puerta y salir de aquel tenebroso lugar. Tristemente, no llegaba a ningún lado; era como si no me moviera.
Tropecé, y caí de bruces contra lo que supuestamente era el piso. La correa de mi bolso se había roto, y éste vino a parar frente a mí. Extendí la mano para recuperarlo, pero, al igual que un paño borra los escritos de una pizarra acrílica, la oscuridad desvaneció mi bolso. No podía verlo, ni siquiera podía tocarlo… se había evaporado.
Nada de esto tenía sentido.
¿Qué estaba pasando?
El miedo crecía dentro de mí, sin embargo, conseguí controlarlo un poco en cuanto vislumbré a dos figuras acercarse. Eran mis padres, parecían extraviados, pero al verme, aceleraron el paso y me envolvieron entre sus brazos. Unos minutos más tarde, tras caminar sin rumbo alguno, nos topamos con una de las mejores personas que pude conocer durante mi tiempo en la universidad, y fue curioso encontrarla, porque ella no estaba en la fiesta; casi al instante, mis tres amistades más antiguas nos encontraron, usaban la pantalla de sus celulares como linternas. Éramos un reducido montón de diminutos bombillos en medio de aquel infinito mar de oscuridad.
Desconozco el tiempo que dedicamos a discutir sobre lo sucedido y la forma de salir de aquel lugar tan aterrador. La rabia nos estaba consumiendo, y, en medio de aquel tormento de frustración, un muchacho se unió al grupo; no sabía quién era, pero una pequeña parte de mí me aseguraba que ya lo conocía.
El desespero comenzaba a dominarnos.
Mi madre rompió en lágrimas, y de inmediato comenzó a rezar; es lo que suele hacer cuando está muy asustada. Mi padre la abrigó entre sus brazos justo cuando la oscuridad los borró sin miramientos.
Escuché gritos… Sólo fui capaz de dar un respingo; no conseguía soltar sonido alguno ante aquel horrible suceso: Mis padres se habían ido. La oscuridad los había arrancado de mi vida.
Los gritos y gimoteos seguían presentes. Aquello no solucionaría nada. Una de mis amigas me tomó de la mano e intentó decirme algo, creo que eran unas palabras para reconfortarme, pero la oscuridad se la tragó antes de que pudiera terminar.
Retrocedimos, como si esa fuese la zona de la muerte, sin embargo, no ayudó mucho, porque otra de mis amistades, la chica que conocí en mis días de universitario, fue borrada del mapa mientras despotricaba contra la vida y toda la porquería que nos lanzaba cuando conseguíamos estar felices.
Solamente restábamos cuatro, y la cantidad se redujo a tres cuando uno de los muchachos desapareció tras ayudar a la única amiga que me quedaba a ponerse de pie.
Tomados de las manos, corrimos en dirección contraria a la de las desapariciones. Mi mejor amiga se detuvo y nuestras manos se separaron de forma violenta. Sus piernas temblaban, y no duró mucho para que se derrumbara nuevamente sobre el suelo a llorar. Se abrazaba a sí misma.
—No quiero seguir…
—No podemos detenernos —dije, arrodillándome frente a ella e intentando tomar su mano. Se apartó con violencia.
—¡NO ME TOQUES! —me espetó—. ¡No hay salida! ¿Acaso no lo ves? Estamos atrapados en… —la oscuridad la reclamó.
Grité su nombre con todas mis fuerzas… Era mi mejor amiga, con la que más tiempo llevaba compartiendo y creando recuerdos, la que conocía todas mis historias, la que siempre estuvo a mi lado ante cualquier situación… Ahora, al igual que mis padres, la arrancaron de mi vida.
Lloré.
‹‹¿Por qué? —me preguntaba en mis pensamientos— ¿Qué es todo esto?››
—No llores —me dijo el desconocido muchacho, arrodillándose frente a mí—. Llorando no solucionarás nada.
—Lo sé… Es sólo que…
—Te da miedo estar solo.
Asentí con la cabeza.
—Eso sucederá si de verdad quieres estarlo… Aun no sabes quién soy, ¿verdad? —Negué con la cabeza—. Nos conocimos hace mucho tiempo. Fuimos muy buenos amigos… los mejores diría yo.
—Lo siento —Estaba avergonzado. Había llorado frente a alguien, y lo peor del caso es que no podía recordar quien era él. Tras recuperarme, conseguí ponerme de pie—. ¿Cómo saldremos de aquí? ¿Qué pasará con los demás… Mis padres, mis amigos…?
—Todavía no lo entiendes.
—¿Entender qué?
—Esta oscuridad.
—¿Y por qué simplemente no me lo explicas y ya está?
Él negó con la cabeza.
—Piensa. Sólo tú puedes disiparla.
Escuché un fuerte ruido, como si la oscuridad palpitara… Inspeccioné a mí alrededor, pero no conseguía ver nada.
—Confía en ti —dijo el muchacho antes de ser devorado por las tinieblas.
Me quedé solo.
El frío comenzó a rodear mis piernas. Bajé la mirada, y vislumbré los finos hilillos de la oscuridad trepando con lentitud por mis tobillos. Anhelaban por llevarme también.
Estaba aterrado. Necesitaba encontrar una salida… Como dijo él, necesitaba entender…
No sabía qué hacer. No sabía cómo y qué debía comprender. Todo estaba lóbrego, la oscuridad se lo había llevado todo… Todo se había esfumado, menos… yo.
Miré mis manos. Podía verlas, al igual que mis piernas, mi torso… Yo seguía presente. Eso quiere decir que estaba brillando…, al igual que lo haría un bombillo al encenderlo.
La oscuridad que reptaba por mis tobillos retrocedió, y pude observar un pequeño trozo de las baldosas que revestían el piso de la casa.
Mis amigos también brillaban antes de esfumarse, y las cosas empeoraron cuando comencé a sentirme solo, o apartarlos de mí… Yo soy mi propia luz, y mis padres, al igual que todas las amistades que he hecho a lo largo de mi vida, son las farolas que guían mi senda, mi mundo.
La luz comenzó a extenderse a mí alrededor. Poco a poco, cada partícula de oscuridad se fue desintegrando, y el negro pasó a convertirse en un resplandeciente amarillo moteado por un hermoso juego de cálidos verdes y blancos.
Mis padres aparecieron a mi lado, envolviéndome en sus protectores brazos. Mis amigos se les unieron. El miedo y la tristeza habían sido sustituidos por la seguridad y la alegría.
—No estás solo —dijo la voz del muchacho, desde algún lugar que no podía llegar con la mirada—. Recuérdalo.
Un parpadeo, y la casa, junto con la música y sus asistentes volvieron. Mis padres charlaban con aquella pareja como si nada; mis amigos, en el centro del salón, bailaban con alegría entre un gran tumulto de personas. Todo había vuelto a la normalidad, y parecía que ninguno de los presentes recordaba nada de lo sucedido. De hecho, creo que el tiempo se detuvo en cuanto la oscuridad hizo su acto de presencia.
Mi mejor amiga apareció de un salto a mi lado, me ofreció un vaso y no dudé en aceptarlo.
—Vamos a mover el cuerpo, love —dijo. Me tomó de la mano y me arrastró hasta el centro de la fiesta, donde me reuní con el resto de mis amigos y compañeros. Disfrutamos de aquella velada hasta el final…
Un final que llegó en cuanto abrí los ojos y me encontré con el verdoso techo de mi alcoba.
Fotografía: David Monje