Nuestras conversaciones comenzaron hace seis años, cuando disfrutaba de mis veintiún años de edad. Al principio, sólo nos comentábamos las fotos que subíamos a la red de Instagram, pero una publicación, donde me mostraba muy contento con mi libro nuevo, fue la que desató una tormenta de comentarios, incluido el de él, con quien hablé y hablé hasta que pasó a escribirme al privado y decirme que residía en un pequeño país vecino.
‹‹Yo soy de Venezuela››, le contesté.
‹‹¡Oye! Eres mi primer amigo de Venezuela››, respondió al instante.
Tras pocos días de largas y maravillosas conversaciones, decidimos intercambiar nuestros números telefónicos; el Whatsapp pasó a convertirse en nuestra sala privada de conversación. Hablábamos sobre libros, compartíamos nuestras opiniones sobre las sagas escritas por Cassandra Clare; era muy gratificante platicar con alguien al que también le apasionaba dichas historias.
De un momento a otro, pasamos a hablar sobre nuestro gusto por dibujar, y fue ahí cuando intercambiamos fotografías de algunos de nuestros bosquejos; los de él eran excelentes. La conversación se fue prolongando y mi emoción era tal que no me había fijado en que el reloj marcaba las tres de la madrugada. Tras varios bostezos, y el peso de nuestros párpados, decidimos irnos a dormir, además, ambos teníamos clase a las primeras horas del alba.
—Suerte en tu examen de matemáticas —le dije por medio de una nota de voz.
La sorpresa me asaltó cuando desperté y escuché a mi celular soltar un escandaloso pitido. Me pregunté quién podía escribirme a las cinco de la mañana. Con la curiosidad carcomiéndome, sonreí al desbloquear la pantalla y ver su nombre en la notificación de un nuevo mensaje.
‹‹Buenos días, amigo››, me había escrito. No demoré ni un segundo en responderle.
Los días transcurrían en un suspiro. Ser su amigo me llenaba de una felicidad que hace mucho tiempo no experimentaba. Nos contábamos todo y hablábamos en cada momento, excepto en nuestras horas de clase, del resto, siempre estábamos escribiéndonos, enviándonos notas de voz o un video.
Un miércoles por la noche, él se armó de valor y decidió confesarme que sentía por mí algo más fuerte que una simple amistad: me quería como un hermano. Yo le dije que sentía lo mismo, incluso le hice saber que le había platicado a mis amigos sobre su persona. Para mi emoción, él también había hecho lo mismo con su círculo social. Esa noche comenzó a llamarme ‹‹ñaño››.
El viernes por la noche realizamos nuestra primera videollamada. Hablamos por horas y horas, ignorando que los rayos del sol comenzaban a brindarnos un nuevo día. Muertos de risa, decidimos dar por terminada la conversación y dormir un poco… Fue una total mentira, pues, esa mañana tuve que ayudar a mi madre a limpiar la casa; no transcurrieron ni cinco minutos cuando ñaño escribió:
‹‹Mi mamá me puso de ceniciento››.
‹‹Jajajaja estamos en la misma situación››, le contesté.
‹‹Estoy limpiando mi cuarto. Creo que necesitaré una retroexcavadora para cumplir la misión jajajaja››.
‹‹Usa un lanzallamas. El fuego lo purifica todo››
Ese sábado nos escribimos durante todo el día, sin importar que estuviéramos limpiando, almorzando, estudiando, en una fiesta en la piscina o en el cumpleaños de una tía que no sabe cuándo callarse… Siempre era un buen momento para hablar y enviarnos fotos, era como si acompañáramos al otro.
Nuestra amistad era lo mejor que me había pasado. Él se preocupaba por mí y yo por él. Nos ayudábamos en cualquier situación, a pesar de la enorme distancia que nos separaba. Fue a él a quien le confesé los problemas que me abrumaban, sus consejos y cariño me ayudaron a dejar atrás ese amargo pasado.
Sabíamos casi todo del otro: gustos musicales, color favorito, libros preferidos, lo que nos desagradaba, nuestras manías… Llegamos al punto de intercambiar nuestras listas de reproducción musical; yo diseñaba con la suya y él estudiaba matemáticas con la mía. Incluso, cuando realizábamos nuestros deberes universitarios, activábamos la videollamada para crear la ilusión de que nos encontrábamos en la misma habitación; más de una vez, nuestras miradas se encontraron a través de la pantalla y, cuando eso sucedía, sonreíamos.
Una semana antes de mi corrección de proyecto, enfermé gravemente. Me prohibieron el uso del celular, pero, aun así, conseguía mandarle a escondidas uno que otro mensaje a ñaño. Esa noche, mi padre durmió conmigo para estar pendiente de cualquier suceso. Al otro día, tras haber mejorado considerablemente, logré hablar con ñaño y contarle lo sucedido. Él me confesó que sentía celos de mi papá.
‹‹Eres mi hermano, ñaño. Debí haber sido yo quien durmiera contigo y te cuidara hasta que te sintieras mejor››.
Al igual que un río, el tiempo siguió su curso y poco a poco pude ir conociendo mejor a ñaño: Su pasado, las constantes mudanzas, cómo conoció a su mejor amiga, sus lapsos depresivos y las lagunas mentales; todavía recuerdo cuando experimenté aquella última: El jueves por la noche mantuvimos una larga conversación sobre el alma humana por medio de una videollamada, al otro día, ñaño era incapaz de recordarla… Me hizo saber que se sentía triste porque no habíamos hablado el día anterior, sin embargo, tras insistirle numerosas veces de lo contrario, me creyó y decidió contarme vagamente sobre el problema que tenía su memoria, las constantes visitas al médico y los diarios que llevaba para registrar todas sus experiencias. Era un tema que no le agradaba tocar.
‹‹El olvido es el miedo de muchos››, pensé.
Dos semanas después de aquel episodio, durante la noche, él me advirtió, por medio de un mensaje, que se hallaba completamente ebrio e ignoraba el lugar donde se encontraba.
‹‹Esoy enel bsnco de unss pkaza. Bebi demasiado cpn unps comañeros de clase y me dejaron aquí››.
Me preocupé. Ñaño era muy cuidadoso con su ortografía y nunca escribiría de esa manera, ni siquiera para gastar una broma.
Me dijo que había personas raras merodeando a su alrededor y que la cabeza le daba vueltas. Me sentí tan impotente al estar en mi cuarto, en un país que no era el mismo que el de mi querido hermano. Le pedí que llamara a sus padres, pero se negó, no quería verlos, no así. Recordé que tenía el número de su mejor amiga y le avisé que la llamaría para que fuera a recogerlo, sin embargo, su respuesta me tomó por sorpresa:
‹‹Si la llanas, no tw lo perrdonarw nuncs. Nuestra amustsd se acsbara››.
Comencé a temblar y las lágrimas surgieron sin control. No quería perderlo, no podía perderlo…
¿Qué podía hacer?
‹‹Vwn a buscsrmw tu. T necesito ñaño››, me escribió. Mi corazón dio un vuelco y sentí como se resquebrajaba. Buscarlo y ponerlo a salvo era lo que más deseaba hacer en ese preciso instante. Con tristeza, le respondí que eso no se podía. Su siguiente mensaje me destruyó:
‹‹Claaaaaaro que no pyedessss››.
Limpié mis lágrimas. Me dije que no pensara en lo hiriente de sus palabras y que me concentrara en ayudarlo. No podía dejarlo ahí, y, por más dolorosa que fuera la consecuencia que traería la decisión que había escogido, no dudé en ejecutarla. Sabía que era lo correcto.
Llamé a su amiga y, en pocos minutos, ñaño estaba de copiloto en el auto de ella, escribiéndome lo mucho que me odiaba. Por otro lado, su amiga no paraba de agradecerme por haberla llamado y que no me preocupara, que él estaría bien y pronto se le pasaría la rabia.
—Eres un buen amigo —me hizo saber ella, a través de una nota de voz.
‹‹No quyerp hablae mas cpntigo››, fueron las últimas palabras que ñaño me escribió aquella noche.
Tardé en conciliar el sueño. Sus palabras continuaban rebotando en el interior de mi cabeza.
A la mañana siguiente, lo primero que hice al despertar fue escribirle, pero él fue más veloz y, cuando estuve a punto de presionar la tecla de enviar, su mensaje (una nota de voz) llegó a mi celular. Entre gimoteos, se disculpaba por el mal rato que me había hecho pasar anoche. Lo llamé, le dije que lo perdonaba, que lo quería mucho y que nunca lo dejaría solo.
—Eres mi hermano y nunca me apartaré de ti —le aseguré.
—Ojalá estuvieras aquí conmigo, ñaño. Te has convertido en mi todo.
Antes de terminar la llamada, volvió a repetirme que me quería, luego añadió que no deseaba que nada nos separara, que siempre le aterraba olvidarse de mí y que yo me olvidara de él.
—No quiero que él vuelva y lo arruine todo, ñaño —finalizó.
Le pregunté a qué se refería con esas palabras, pero no me contestó, debido a que el llamado de su madre no se podía hacer esperar.
El veinticuatro de diciembre llegó en un santiamén y ñaño me sorprendió con un regalo que ni en mil vidas me lo habría imaginado. Él sabía tocar el piano, solía interpretar sus canciones favoritas por medio de aquel maravilloso instrumento; aquella navidad, me envió un video protagonizado por él, donde tocaba a la perfección "Song Of Healing”.
—Para ti, ñaño, porque sé lo mucho que te gusta esa melodía —me dijo al final de su presentación—. Que pases una bonita navidad.
Tras enjugar mis ojos, busqué el dibujo que había hecho para él. Lo escaneé y lo mandé a su dirección de correo electrónico. Su respuesta demoró un milisegundo en llegar. Estaba emocionado, porque en aquella imagen se mostraban algunos personajes de su anime favorito: “Death Note”.
El día fue esplendido, la noche también. Cené con casi toda mi familia en la terraza de la casa de mis primos, admirando con asombro el espectáculo de fuegos artificiales que emprendían a iluminar el cielo nocturno.
Le mandé un video de aquel espectáculo a ñaño y, para terminar, me grabé deseándole una feliz navidad.
—¡Feliz navidad, ñaño hermoso de mi vida! —me dijo en su video de respuesta, mientras su mejor amiga se le encaramaba sobre la espalda y gritaba:
—¡Feliz navidad, ñaño de mi mejor amigo! Espero que pronto nos reunamos los tres. Te mando un abrazo.
Diciembre quedó en el pasado, mientras que enero se fue en un parpadeo en cuanto ñaño me avisó que se iría de vacaciones a Estados Unidos con su tío y su mejor amiga.
Febrero se acercaba con alegría, ya que pronto sería mi cumpleaños. Ñaño no paraba de hablar sobre lo que planeaba enviarme para ese día. Me desesperaba de la emoción. Él lo sabía, le causaba gracia y por eso lo hacía.
Partieron el primer día del segundo mes del año, no sin antes mandarme una nota de voz para avisarme que iba camino al aeropuerto, una segunda confirmando que entraba a la enorme estructura y una tercera abordando el avión y advirtiéndome que en lo que pudiera me escribiría.
Esa misma noche volví a tener noticias de ellos, compartieron cientos de fotos conmigo y me relataron las aventuras de aquel día.
La noche del tres de febrero, ñaño y yo nos pusimos en contacto a través de una videollamada. Pregunté por su amiga, pero me dijo que ella quería darnos tiempo a solas.
Hablamos por horas y, en cuanto el sueño me bombardeó, me percaté de que ñaño parecía querer decirme algo importante, pero prefirió decírmelo mañana tras soltarle un bostezo. Ambos reímos ante aquello. Le pedí que no se preocupara, que unos minutos demás no me matarían, pero se negó. Me pidió que fuera a dormir para que mañana despertara con energía y terminara lo que me faltaba para mi entrega de proyecto, la cual tendría lugar durante mi cumpleaños.
Le insistí un poco más, pero él ya había tomado su decisión, así que terminé por aceptarla.
—Te quiero, ñaño.
—Yo también te quiero, ñaño —le dije, acariciando la imagen de su rostro.
—Yo más —respondió—. No quiero perderte.
—Y no lo harás. Te lo prometo.
Al día siguiente, lo primero que hice al despertar fue mandarle un mensaje de buenos días. Aun no recordaba que hora sería allá, pero teníamos un trato: El que se despertara primero, le escribía al otro.
En cuanto terminé de finiquitar el proyecto que presentaría ese día en la universidad, revisé el teléfono, estaba inundado de cientos de mensajes de felicitaciones por mi cumpleaños, pero ninguno de ellos provenía de ñaño. Sentí como mi corazón comenzaba a encogerse. Ese es el problema de tomarle demasiado cariño a una persona.
Decidí creer que tal vez andaban fuera de casa, lejos de una señal wifi, y, que al llegar al lugar donde se hospedaban, me escribiría.
El cuatro de febrero transcurrió con calma, aprobé mi entrega de proyecto y en la noche llegué a mi casa completamente cansado y repleto de comida; mis compañeros de clase habían organizado un pequeño compartir en la universidad para celebrar mi renovación de contrato con la vida.
Tras hacerme un ovillo en la cama, seguía sin recibir mensajes de ñaño. Entré a nuestro chat y una grieta se dibujó en mi corazón en cuanto vi que había leído el mensaje.
‹‹¿Por qué no me respondiste?››. Esa pregunta taladraba mi cerebro una y otra vez.
Me armé de valor y volví a escribirle otro mensaje. No hubo respuesta durante un largo rato. Parpadeé y el sol ya luchaba por salir tras las pequeñas montañas que se alzaban a cientos de kilómetros de mi alcoba. Revisé una vez más el chat: ñaño seguía sin responder.
Mientras le plantaba unos tulipanes a mi madre, me tomé un rápido descanso para escribirle una vez más a ñaño. Su respuesta fue rápida, pero desconcertante:
‹‹Sorry, but… Who are you?››
Esa misma tarde, su amiga se puso en contacto conmigo para avisarme que ñaño había sufrido una pérdida de memoria.
***
Habían pasado dos días desde el incidente y ñaño seguía igual. No recordaba nada sobre nosotros, no recordaba que se había graduado de ingeniero… ni siquiera recordaba a su propia familia. Todo le resultaba desconocido. Había olvidado por completo el español, sólo se limitaba al inglés y los escasos recuerdos que poseía pertenecían a la época que vivió en Estados Unidos.
Por mi parte, estaba destruido. Podía sentir como mi alma se desintegraba.
‹‹¿Cómo sabes eso de mí? Me estás asustando››, me había escrito en uno de sus mensajes. Me tenía miedo, incluso pensó que era un acosador.
Le propuse a ñaño comenzar de nuevo, no quería arrojar nuestra amistad a la basura, además, le había prometido que nunca me apartaría de él, y era una promesa que no pensaba romper. Para mi alivio, él aceptó y poco a poco fuimos entretejiendo nuestra amistad una vez más, salvo que en esta oportunidad no fue igual; su actitud era diferente, muy a la defensiva y se negaba a compartir sus gustos o como estuvo su día.
Su amiga y yo nos escribíamos todos los días, quería saber cómo se sentía ella y me lo agradecía. Hablábamos por horas, ella se desahogaba y yo la escuchaba. Nos apoyábamos. Recuerdo que siempre me avisaba cuando se presentaba alguna mejoría.
Una semana después, y aun escribiéndonos en inglés, nuestras conversaciones respecto a los libros comenzaron a ser un poco más fluidas, le mostré los ejemplares que guardaba en mi pequeña biblioteca y, al ver los de la saga “The Mortal Instruments”, me dijo que deseaba leerlos; no recordaba que los había leído todos. Para mi sorpresa, me pidió que le recomendara un libro, lo hice, aunque a esta altura no recuerdo exactamente cuál fue, sin embargo, tengo mis sospechas. Ñaño hizo lo mismo por mí, me confesó que “El Mago de las Estrellas”, de Ben Okri, era su libro favorito, aunque ya lo sabía. Esa noche encendí mi laptop y comencé a leerlo por segunda vez.
Los días siguieron adelante, sin esperar ni volver por nadie. Ñaño había regresado a su país y comenzaba a escribirme en español. Una noche entré a su perfil de Instagram y vi que había publicado una fotografía de su familia, donde señalaba quienes eran sus padres y sus hermanas; dos días después publicó una foto de su mejor amiga, donde escribió: “Mi mejor amiga”. Me sentía feliz. Estaba mejorando.
Aparté el celular y dejé que mis pensamientos se perdieran en una laguna de recuerdos.
Aquellas imágenes me hicieron recordar uno de nuestros tantos juegos: Cuando uno de nosotros iba a subir una foto, se lo comunicaba al otro y el reto era ser el primero en darle “me gusta” a dicha fotografía. Él tenía muchos más seguidores que yo, por lo tanto, el nivel de dificultad era más alto para mí. Reíamos demasiado con aquel juego.
‹‹¿Crees que podamos hacer una videollamada esta noche?››, me escribió a primera hora de la mañana, casi una hora y media antes de que me despertara. Creo que está demás decir que mi respuesta fue afirmativa.
Esa noche hablamos muy poco, largos silencios se prolongaban en cuanto culminábamos, con gran rapidez, un tema de conversación.
—Sólo quería verte y escucharte —confesó antes de terminar la llamada. Por un momento pensé que todo estaba perdido, pero inmediatamente me envió un mensaje:
‹‹Me gustó verte. Me siento más cómodo hablando por aquí››.
‹‹Entiendo, amigo. No te preocupes››.
Hablamos por medio de mensajes hasta casi las dos de la madrugada. Me quedé dormido. A la mañana siguiente le escribí para disculparme por aquello.
‹‹Jajajaja no te preocupes, yo también me quedé dormido. ¿Cómo dormiste?››.
Ñaño recuperaba su memoria poco a poco, volvió a dibujar y, en un parpadeo, estaba tocando el piano nuevamente. También, durante una de nuestras charlas, me confesó que había recordado la vez que nos conocimos y el día en que intercambiamos nuestras listas de reproducción musical.
‹‹Todavía la tengo›› me escribió, junto con una foto de la pantalla de su ordenador que lo demostraba.
‹‹Música de ñaño››, así la había titulado.
Un día hablé con su amiga a través de una videollamada, le hice saber lo feliz que estaba porque ñaño regresaba: recordaba a su familia, la recordaba a ella, recordaba algunas experiencias de su vida y comenzaba a recordarme. Ella sonrió y decidió confesarme algo, pero me hizo prometer que nunca se lo diría a él:
—Sabes que él lleva toda su vida en unos diarios, ¿no?
—Síp, estoy al tanto —contesté—. Me dijo que su doctor se lo había recomendado.
—Pues… Él tiene uno donde sólo escribe sobre ti. Lo mantenía escondido y hace unas semanas lo consiguió. Por eso ha podido recordarte. Sabe que eres muy especial, porque escribió sobre ti.
Quedé mudo. No sabía que decir ante el dato que aquella simpática chica me había revelado. Ella sonrió y añadió:
—Cumpliste tu promesa.
—¿Lo sabes?
—Él me lo cuenta todo. Ambos lo queremos mucho y ambos sabemos lo difícil que es para el otro… pero sé que para ti lo fue mucho más a causa de la distancia. Yo también lloré cuando perdió la memoria, pero luego pensé en ti, que estabas a miles de kilómetros, mientras que yo sólo tenía que tomar un autobús para llegar a su casa… Sé que se portó mal contigo los primeros días del suceso, sé que te dijo muchas cosas hirientes y aun así no te fuiste. Ya han pasado tres meses y sigues aquí. Todos los días me alegro de que él te haya conocido.
—Me pasa exactamente lo mismo. Todos los días me alegro de haberlo conocido… y también a ti.
Mi memoria no consigue los archivos de mayo y junio, pero recuerdo a la perfección que mi relación con ñaño no era la misma. Discutamos por cualquier tontería, no compartíamos la misma opinión en ciertas cosas y eso le molestaba… incluso tenía que disculparme cuando no debía.
Me frustraba.
Poco a poco me enojaba más con él. Nuestras conversaciones comenzaron a disminuir. Su amiga me confesó que estaba pasando por lo mismo, que todas sus pláticas terminaban en fuertes discusiones y, a veces, no se hablaban durante todo el día.
Un lunes por la noche cayó la gota que derramó el vaso. Cada vez que lo recuerdo, el enojo y la decepción me abordan rápidamente, porque aquello fue una completa tontería que dejó al descubierto lo inmaduros que podíamos llegar a ser.
Ñaño me mostró un dibujo que llevaba días haciendo. Siempre he sido muy sincero con él y le decía cuando algo me parecía genial y cuando no. Aquel dibujo, a pesar de ser encantador, no era su mejor trabajo, sin embargo, le hice saber que podía mejorarlo. Mi respuesta le molestó, la discusión se plantó entre nosotros. Me llamó imbécil, egocéntrico, que era el típico estudiante de arquitectura con delirios de grandeza. Aquello me hizo enojar en cantidades industriales, no fui capaz de controlar mi veneno y se lo escupí por medio de palabras.
Sé que hice mal.
Sé que hizo mal.
Hicimos mal en decirnos aquellas palabras.
Las palabras son capaces de lastimar al igual que un arma, y puede que mucho más, sobre todo si te las dedica una persona a la que quieres con toda el alma. Todos lo sabemos, pero, como los imbéciles seres humanos que somos, no aprendemos y vamos directo a herir a las personas que apreciamos.
El martes no hablamos. Yo deseaba que él comenzara, que se disculpara y camináramos de vuelta a la normalidad… No apareció.
El miércoles por la tarde me tragué parte de mi orgullo y le escribí un simple ‹‹Hola››. Me respondió a los pocos minutos. La conversación era tensa Se notaba que no quería hablar. No intercambiamos más de diez mensajes… Esa fue la última vez que supe de ñaño.
El orgullo, el enojo, la estupidez… todos esos elementos nos vencieron.
Rompí mi promesa.
Dos semanas después, me puse en contacto con su amiga (había ignorado sus mensajes), me disculpé con ella y hablamos por un par de horas. Durante el resto del año, le pregunté por ñaño: ¿cómo estaba?, ¿qué hacía? Ella me mantenía informado, sin embargo, el tiempo pasó factura y también comenzamos a distanciarnos. Nuestras conversaciones se fueron extinguiendo hasta desaparecer por completo. Cada uno estaba inmerso en sus propios asuntos.
Intenté contactarlos el día en que un terremoto zapateó la ciudad en la que residían. Como no pude contactar con ñaño, decidí enviarle un mensaje a su amiga.
‹‹Me enteré de lo sucedido. ¿Cómo se encuentran? ¿Están todos bien? Responde en cuanto puedas. De verdad que estoy muy preocupado››
Fueron angustiosas horas de espera. Su respuesta me llegó en la noche y el alivio recorrió cada parte de mi cuerpo al leer que ella y ñaño estaban bien.
Un par de días después volvimos a nuestra rutina, cada uno por su lado.
No fue hasta el mes enero del siguiente año, un día después de mi entrega de título, que él me escribió por privado a través de Facebook para felicitarme por mi graduación. Hablábamos y bromeamos un poco con los divertidísimos “memes” de los personajes de Harry Potter… De repente, me dijo que quería llamarme.
‹‹Aun tengo tu número››, escribió. Yo me sentí la peor basura del mundo, debido a que lo había borrado ya hace varios meses.
Le dije que lo hiciera y, al instante, mi celular comenzó a sonar de forma estrepitosa. Tomé la llamada y mi corazón se aceleró en cuanto escuché su voz. No me había fijado en cuanto lo había extrañado.
—Discúlpame por haber sido un completo imbécil —me dijo después de un momento de silencio. Yo también me disculpé.
Hablamos por horas. Gracias a esa conversación, nos pusimos al día con respecto a la vida del otro. Me alegraba mucho escucharlo y saber que le iba bien, incluso había comenzado a estudiar otra carrera en la universidad: Literatura, una profesión que de verdad le apasionaba. Ya había leído muchos de sus poemas y algunas páginas de sus novelas; de verdad que llevaba la escritura en las venas. Estoy seguro de que le irá muy bien y que pronto veré su nombre grabado en la portada de numerosos libros que estaré ansioso por leer.
Minutos antes de terminar nuestra llamada, él pronunció unas palabras que quedarán talladas en mi memoria hasta el día en que muera:
—Extrañaba escuchar tu voz, ñaño.
Fotografía: Joshua Earle
No sé por qué pero cuando empecé a leerlo juraba que era algo que te había pasado en realidad xD pero ya luego caí en cuenta que se trataba de un relato. Muy enternecedor, por cierto. Disfruté mucho leyéndolo... y, ah, Death Note también es mi anime favorito xD ¡Un saluso!